Ponencia de Coca Trillini

La resignificación de lo sagrado en el proceso ecofeminista

Una espiral de las percepciones de la vida...


Quiero compartir con ustedes fragmentos del recorrido de mi vida por diversos espacios y tiempos: el movimiento de mujeres, el feminismo, la teología, la tealogía, las percepciones de Dios, los arquetipos de las Diosas, la ecología, la opción por los pobres, el reconocimiento de pueblos originarios, algunos de los sentidos de mi vida………

Con mis consideraciones busco un sentido para seguir viviendo hoy, no critico la fe en abstracto, ni las creencias fuera de contexto; critico mi fe, mis creencias, mis prácticas religiosas y así descubro otras personas con las que compartimos afirmaciones provisorias.
Trabajo desde una perspectiva crítica, porque el contexto de vida me lo permite, parto de preguntas y llego a más preguntas en un horizonte complejo e inabarcable totalmente como es el preguntarnos ¿en qué creemos las mujeres de América Latina? Hoy tengo al feminismo y a la ecología como referencia y por eso hablo de ecofeminismo.

Comienzo este compartir desde la perspectiva ecofeminista trayendo los aportes de Ute Seibert[1] y de Ivone Gebara[2] para introducir otra epistemología, dado que con ellas y con otras comparto una percepción diferente en la comprensión del ser humano, de su relación con la Tierra y con todo el cosmos. Necesito aclarar que comparto hasta cierto punto, porque no se puede tener la pretensión de principios absolutos como cuando fuimos educadas en nuestras tradiciones. Incluyo algunos tramos del trabajo de Mary Judy Ress[3] para cada una de las décadas que tomaré, como una espiral de las percepciones de la vida.

Somos un mismo Cuerpo en proceso, Cuerpo Vivo en crecimiento; partimos reconociendo los diferentes momentos de nuestras vidas en etapas anteriores, podemos decir la vida se recicla. Conocemos desde lo que somos, desde como nos hicieron, desde lo que hemos reproducido; no partimos desde un punto cero, como no se puede empezar una nueva historia sin continuidad con nuestro pasado. Conocer, organizar y reorganizar el sentido de nuestra vida y de las cosas que nos rodean es tarea siempre relativa y nunca acabada. Dirá Marcela Lagarde[4], antropóloga, que la construcción de nuestra subjetividad es un proceso que dura toda la vida.

Por eso, en la perspectiva que estoy desarrollando, es fundamental preguntar: ¿a qué experiencia humana corresponde tal afirmación? Intentar decir en palabras provisorias y limitadas cual es nuestra experiencia con relación a esto o aquello, es intentar traducir no sólo las vibraciones que atraviesan nuestro cuerpo, sino también nuestro silencio meditativo sobre objetos, sujetos y hechos de la vida. Este podría ser el segundo paso de aquello que llamamos conocimiento. El primero es sólo nuestro, es decir, aquello que sentimos que acontece en los límites de nuestro cuerpo, de nuestra intimidad, de nuestra subjetividad. El segundo paso es la expresión de lo que conocemos, que toma formas variadas según los diferentes condicionamientos y contextos culturales a los que estamos expuestos/as. Decimos que en el fondo lo que afirmamos como las verdades de la Teología son en realidad experiencias diferentes, que algunos hicieron e intentaron expresar según su cultura y sus vivencias. Nosotras/os las repetimos como si fueran nuestras pero, muchas veces, sin preguntarnos que sentido tienen para cada una/o. Las repetimos como una lección aprendida en la escuela, o como un argumento de autoridad, y aquí comienza la pérdida de sentido de los significados religiosos.

Hacer la pregunta a partir de la experiencia es también, de cierto modo, democratizar estos poderes haciendo percibir que ellos existen de formas variadas en los diferentes seres y grupos humanos. Así, cuando nos preguntamos ¿a qué experiencia humana corresponde hablar de Dios, de Encarnación, de Trinidad, de Resurrección, de Eucaristía? Nos llenamos de espanto. Creemos, a veces, estar al borde del ateismo o de la herejía. Creemos haber perdido la fe, porque estas preguntas sólo se justifican en aquellos que están enfermos por la duda o que perdieron el respeto por la autoridad de las Iglesias. Sin embargo, estas son las preguntas rectoras que animan la perspectiva ecofeminista. Recuperar la experiencia humana, permitir que el significado de nuestras creencias más profundas aflore en nuestra mente y en nuestro cuerpo es el hilo conductor de esta epistemología.

Y recuperar la experiencia humana es en cierta forma darle el valor que de hecho tiene, más allá de la multiplicidad de palabras y expresiones que usamos para explicitarla.
No podemos prescindir de nuestra realidad humana, como tampoco podemos prescindir de nuestra realidad cósmica más amplia y de la realidad del ecosistema.


Primera curva (1970-80)

En esos años lo que llamaba “El proyecto de Dios” organizaba mi vida y era feliz sin comprender el significado de la palabra: decidir.
Allí comencé a sentir una insatisfacción que fue la puerta a una crisis personal para la que no encontraba interlocución válida. Me hacía preguntas que creía solo mías ¿Por qué los caminos de la fe eran solo sacrificiales? ¿Cómo era que mi cuerpo hablaba y yo no podía entenderlo? ¿Por qué tanto acento de pecado en la sexualidad?
Había descubierto que las diferencias entre las personas, sobre todo al interior de las iglesias, generaban jerarquías, a pesar de la igualdad proclamada. Un ejemplo de esto lo tuve cuando pedí ser parte del equipo de contenidos de los seminarios de formación teológica en los que participaba; me contestaron con una sonrisa que disculpaban mi atrevimiento. Tiempo después comprendí lo que significaba que no soy varón, no soy cura, entre otras cosas y que mis esfuerzos y dedicación eran funcionales a quienes tenían legitimado hacer teología e interpretación bíblica. En esa época la lectura popular de la Biblia era el espacio de los grupos de mujeres, donde encontrábamos una praxis de Jesús que legitimaba nuestra validez de seres humanos. Aún en estos grupos no nos asumíamos feministas por que no podíamos soportar la exclusión que significaría dejar de ser “femeninas”.

Construcción de la conciencia feminista[5]
° Mujeres biblistas/teólogas – desde la óptica de la teología de liberación
° La mujer: sujeto oprimido en la Biblia, en la teología y en las iglesias y como tal, un sujeto histórico de la liberación
° Las mujeres reclaman un espacio más igualitario dentro de la sociedad
° El quehacer teológico: punto de partida es la mujer doblemente oprimida por su sexo y su clase; y como tal, exige una doble lucha
° Tendencia de sobrevalorar lo femenino
° Un cierto revanchismo: somos “el buen género”
° No hay diálogo con el movimiento feminista de América Latina, ni con las feministas del Norte.

Hermenéutica
° Lectura bíblica: militante y popular
° Textos de liberación
° Dios liberador
° Tarea: redescubrir las mujeres bíblicas como claves en la historia de liberación: Sara, Miriam, Rut, Ester, Débora, Judit, Magdalena, Maria, las parteras de Egipto, lo insignificante (Agar) sin ver el contexto patriarcal del texto en sí (por ej: la historia de Judit)

Lenguaje inclusivo
° No hay conciencia del lenguaje sexista
° La divinidad es masculina
° La palabra “feminista” está rechazada como algo foráneo, impuesto por el Norte

El conocimiento como un proceso
En la linealidad, aunque llena de accidentes, la finalidad del conocimiento teológico siempre se presentó de forma clara. Esta finalidad se ha expresado especialmente como el conocimiento verdadero sobre Dios y sobre Jesucristo. En este sentido, hablar de linealidad del conocimiento es hablar también de causalidad. Esto significa que es preciso siempre volver al inicio de la línea para descubrir las causas y encontrar el mismo comienzo. Es una especie de linealidad circular. El comienzo siempre parece tener algo de especial, de explicativo, de regenerativo. Sin duda hay una alternativa, pero es necesario ir más allá de esa linealidad y atender la complejidad de esa realidad en proceso que somos.
Por eso, a pesar de las dificultades inherentes a la palabra proceso, la perspectiva ecofeminista la prefiere. Hablar del conocimiento como un proceso significa que al conocimiento global de la humanidad le agregamos múltiples formas que no necesariamente obedecen a una causalidad previsible. Estamos también perdiendo algo de experiencias, de sabidurías, de poesías.
Conocer es percibir, captar, organizar, perder, transformar y dar sentido al universo en el cual existimos y somos. Este es un proceso continuo y en constante movimiento, como las piezas en movimiento de un calidoscopio al cual se puede siempre agregar otras, formando nuevas combinaciones. Basta un leve balanceo para que todo se organice de otra manera, para que algunas formas se pierdan sin que podamos recuperarlas. En esta perspectiva no se consagra un momento del pasado o del futuro como una especie de modelo o paradigma para todos los tiempos, sino que se afirma la extraordinaria dinámica del conocimiento, condicionándola a las necesidades vitales de los diferentes grupos humanos.
Todo conocimiento es siempre relativo al mundo a partir del cual se conoce y a las personas que realizan el acto de conocer. Una vez más la palabra proceso, con múltiples y variadas formas, parece no sólo expresar mejor la experiencia humana cotidiana, sino también la estructura cognitiva que nos caracteriza.

La interdependencia como punto central
Si tomamos la experiencia vivida por cada ser humano o cada ser vivo podemos decir que la relacionalidad o interdependencia es su primera nota constitutiva. Es la experiencia más básica de todos los seres y, en ese sentido, anterior a la conciencia que podamos tener de ella.
Por eso también se puede decir que el punto central de la epistemología ecofeminista es la interdependencia entre todos los elementos que tocan el mundo humano. Todo tiene que ver con todo. La interdependencia significa acoger como hecho básico que una situación vital, un comportamiento o una creencia son siempre fruto de todas las interacciones que constituyen nuestra vida, nuestra historia, nuestra realidad terrena y cósmica más amplias. No se trata sólo de la interdependencia y relación con los otros seres humanos, sino también con la naturaleza, las fuerzas de la Tierra y el cosmos. En este sentido el conocimiento es un acto humano, en tanto elaboración y conciencia acordes a nuestra organización vital. Pero es también un conocimiento animal, vegetal y cósmico en nosotros. Esta segunda forma de interdependencia no es suficientemente traída a la luz, y por eso casi no es considerada.
A partir de la interdependencia, una nueva comprensión del conocimiento humano se vislumbra. Tenemos que abrimos hacia experiencias más amplias que aquellas a las que nos habituamos durante siglos. Es necesario introducir en los procesos educativos la perspectiva de “comunión con” en lugar de la perspectiva de conquista de la tierra y del espacio. Dirá Sara Pérez[6], doctora en lingüística, que nuestras identidades son múltiples lo que explica nuestras diversas formas de actuar. El sujeto es él mismo, sujeto y objeto, no separado e independiente, sino interdependiente, interrelacionado, interconectado con todo lo que se propone conocer. Y el conocimiento personal es apenas un aspecto de esa relación. Se trata pues, de articular subjetividad/objetividad, individualidad/colectividad, trascendencia/inmanencia, ternura/compasión/solidaridad, plantas/animales/humanidad, a partir de una perspectiva englobante que descubra las íntimas interconexiones existentes.
Lo que estamos intentando proponer no es una interdependencia mecánica, sino vital. Se trata de una interdependencia visceral.
La consideración de la interdependencia del conocimiento abriría una nueva página en la historia de la teología cristiana, conduciéndonos a afirmaciones más existenciales, más humildes, más aproximativas y dialogales.



Segunda curva (1980-90)

Muchas maternidades las he tenido de compañeras que solo conozco a través de sus textos. Como buena “rata de biblioteca” descubrí a Mary John Mananzan, religiosa benedictina, que me regaló su definición de feminismo que comparto hasta hoy:
“Para entender la situación de las mujeres es necesario responder en forma afirmativa a dos preguntas claves: ¿reconoces que existe una situación de discriminación, subordinación, opresión y explotación de la mujer, en tanto mujer?, es decir, ¿puedes ver que existe una condición estructural que afecta a las mujeres por el hecho de ser tales, independientemente de su raza, posición social, nacionalidad, cultura, etcétera? Y si eres consciente de esta “situación de la mujer”, ¿asumes un compromiso de transformarla en un sentido liberador? Si tú respondes que sí a estas preguntas, tú eres feminista, seas varón o mujer. Eres feminista”[7].
Simultáneamente un grupo pequeño, crítico y cuestionador llamado la Urdimbre de Aquehua me dio cabida para soñar. El relato de Aquehua según la tradición del Pueblo Toba en Argentina me invitó a ser parte de “la reflexión y acción para recuperar y preparar los mejores hilos de la sabiduría y de las creencias milenarias, de mujeres de todas las tradiciones religiosas y culturales”.
Así fue como en esos años: Ivone Guevara en Brasil; Mary Judy Ress y el colectivo Conspirando en Chile; Rosa Dominga Trapasso y el colectivo Talitha Cumi en el Perú; Safina Newbery y las compañeras de la Urdimbre de Aquehua en Argentina; Graciela Pujol y el colectivo Calidoscopio en Uruguay; Gladys Parentelli y el colectivo Gaia en Venezuela abrieron un espacio de formación sistemática en teología y me apasioné.
El compartir de esos días despertó en mí el derecho a decidir, la conciencia del cuerpo como integridad del ser, los derechos sexuales y reproductivos. Cuerpo y placer demonisados en la formación que había recibido y que había enseñado me exigían una deconstrucción de mis certezas y eso fue un doloroso descubrimiento liberador.

Construcción de la conciencia feminista[8]
° Ver problemática de la mujer en todo
° Crítica de la teología por su antropocentrismo y por ser patriarcal
° Punto de partida: la experiencia de la mujer que cambia en sí el discurso teológico por razones biológicas, culturales e históricas
° Se busca rescatar el discurso sobre Dios, por ej. “la cara materna de Dios”
° Feminización de conceptos teológicos: se cuestiona el discurso teológico clásico, analítico, racional y logocéntrico
° Praxis de cariño
° Muchas innovaciones litúrgicas
° Apertura al feminismo seglar, tanto en América Latina como en el Norte

Hermenéutica
° Lectura bíblica: ver todo texto desde el ángulo de la mujer
° Búsqueda de imágenes femeninas de Dios (Madre/Padre; el Espíritu Santo como femenino)
° Se busca feminizar la teología: (justicia con ternura)
° Trabajo bíblico: revalorización de lo cotidiano, el placer, el juego, reinterpretación de las virtudes “femeninas” (maternidad, ternura, entrega, sacrificio, etc.)
° Confrontación con los textos patriarcales: ¡NO SON NORMATIVOS!
° Reconstrucción de textos: cuestionan autoridad de la Biblia

Lenguaje inclusivo
° Dios “Madre/Padre”, “Él / ella”
° Se empieza a identificar con la palabra “feminista”

El contexto: primera referencia básica
La epistemología ecofeminista es contextual. Esto significa que es una exigencia del momento histórico en que vivimos, y que se desenvuelve a partir de contextos locales, aunque se conecte y se abra hacia una perspectiva global.
Decir pues contextual, significa no absolutizar nuestra forma de conocer hoy, sino admitir su provisoriedad histórica y la necesidad de que estemos siempre abiertas/os a los nuevos y más amplios referenciales que la historia y la vida nos van sugiriendo. De manera concreta, una epistemología contextual toma el contexto vital de cada grupo humano como primera referencia básica. Supone la valorización del propio contexto donde la experiencia y el conocimiento se desenvuelven, aunque se abra a horizontes y articulaciones más amplios. Requiere una cosmología y una antropología igualmente contextuales, aunque con apertura dialogal para captar el hecho de que en los diferentes contextos están presentes elementos de universalidad. Y estos elementos comunes son sin duda la evidencia de que pertenecemos a esta misma y extraordinaria explicitación de la Vida que llamamos vida humana.

La introducción de la afectividad
La razón no existe en sí misma, no es algo en nosotros con existencia independiente o autónoma. Somos razón, y emoción, y sentimiento, y pasión, y seducción. Somos esta extraordinaria mezcla capaz de acentuar hora a hora otro aspecto de nosotros/as mismos/as.
De ahí que ya no se puedan aceptar las antiguas distinciones que afirmaban que el hombre, ser masculino, es más razón, y la mujer, ser femenino, es más emoción. Ya no se puede decir que la razón es de lo masculino y la intuición y emoción de lo femenino. Estas son divisiones impuestas al ser humano a partir de la propia visión de la estructura patriarcal y presentada como simplemente naturales. Estoy acá introduciendo la categoría de género y de ecología que desarrollo al final solo que, para ir abriendo el diálogo, pregunto: ¿qué es lo natural?, cuando decimos: esto o aquello es natural, ¿a qué nos referimos?
Una epistemología con característica afectiva reconoce que la gama inmensa de emociones y afectos se manifiesta en hombres y mujeres en su originalidad personal, en sus condicionamientos y en su cultura. Naturaleza y cultura no son dos realidades separadas en el universo humano, sino que son ellas mismas realidades interconectadas que nos permiten ser lo que somos y permiten a la Tierra ser hoy lo que ella es. Naturaleza y cultura son inseparablemente razón y emoción.

La unicidad espíritu-materia
La antropología cristiana tradicional se basa en la distinción dualista entre las cosas del cuerpo y las cosas de la mente o del espíritu. Es la construcción patriarcal que ha identificado a las mujeres con la naturaleza (cuerpo), la maternidad, el ser madres como esencia y a los hombres como cultura, como seres del espíritu. Esta distinción es introducida en el universo teológico, como sabemos, para privilegiar el conocimiento de las cosas de Dios como distinto del conocimiento de las cosas del mundo y de las humanas. Privilegia también una teología de la resurrección bastante vulgarizada, sobre todo en los medios populares, que mantiene el dualismo que quisiéramos evitar. En términos simples: el discurso sobre la resurrección como un acontecimiento después de la muerte, en cierta forma anula la importancia de las resurrecciones, o de las simples conquistas cotidianas, de los gestos de justicia, ternura y belleza en la propia historia.
En una perspectiva ecofeminista estas separaciones o divisiones desaparecen y somos entonces invitadas/os a vivir la unidad de la materia, de la energía que nos constituye, sin saber lo que ella de hecho es. Ya no podemos mantener el combate del espíritu contra el cuerpo, de los ángeles contra los demonios, de Dios contra la humanidad. Es preciso recomenzar en todos los niveles de nuestra actividad a reconstruir la unidad que somos, la inclusión de nuestro ser en todo los procesos evolutivos, tanto en el espacio como en el tiempo. Así acogeremos la mortalidad de nuestra vida junto con la mortalidad de las flores y de los pájaros, de nuestros sueños y de nuestros dioses. Acogeremos la transformación de nuestro cuerpo individual en el misterio de nuestro Cuerpo Sagrado. Y es justamente porque la vida irrumpe en este Universo y se torna vitalmente mortal, que el amor del instante tiene que ser intenso, el respeto a todos los seres una obligación, la búsqueda de la justicia una luz, y la felicidad posible un derecho inalienable para todos los seres.

Hasta aquí llegamos....la tercera vuelta quedará para la próxima.

Coca Trillini.
Bs. As. Nov. 2007


[1] Ute Seibert; Cuerpos sagrados ¿cuerpos sacrificados? ; Revista Conspirando N 33, Cuerpo y política; año 2000; pág 36-41
[2] Ivone Gebara; Intuiciones Ecofeministas; Edición Doble Clic, año 1998.
[3] Mary Judy Ress; Las tres fases de la teología feminista en América latina, año 2001
[4] Marcela Lagarde, Genero y feminismo; Cuadernos inacabados, Nº 25; horas y horas, La editorial.
[5] Ídem, nota nº 3
[6] Sara Pérez, profesora de lingüística en la UBA de Buenos Aires, Argentina.
[7] Coca Trillini, “De la pirámide al arco Iris”, Ediciones Paulinas 1995.
[8] Ídem, N° 3.